Es una casa como existen miles en Lehigh Acres: un chalet de tarjeta postal con su garaje, su césped para la barbacoa y su mástil donde izar los colores estadounidenses. “Se vende”, anuncia el cartel en la entrada. “Invendible”, corrige Tom, un risueño alumno de secundaria de 17 años. El césped está cubierto de basura y la puerta del garaje, arrancada de sus goznes, fue sustituida por una empalizada colocada deprisa y corriendo. En cuanto al mástil, ya no se ve ondear la bandera desde que en 2007 el banco arrojó a la calle a sus propietarios. Linterna en mano, Tom va a la parte posterior de la casa y se detiene delante de una ventana cerrada con dos tablas cruzadas. “Vengan, es por aquí”. Silbando, levanta una de las tablas y se desliza en la cocina.
Un fuerte olor de moho recibe a los visitantes; da testimonio de la inundación (...)