Un fantasma recorre Europa: ya no es el fantasma del comunismo –que Marx y Engels evocan desde la primera línea del Manifiesto– sino el del separatismo. Ni la palabra ni la realidad que expresa –a saber, la voluntad de separar un territorio o un Estado del conjunto más amplio al que pertenecen– son novedad. A veces, es el conjunto en su totalidad lo que se fragmenta y se reconfigura. Así, en 1990 y 1991, el desmoronamiento de la Unión Soviética desemboca en la creación de quince nuevos Estados. En 1992, de la disolución pacífica de Checoslovaquia nacen la República Checa y Eslovaquia. Ese “divorcio de terciopelo” no sentó precedentes en los Balcanes donde, entre 1991 (independencia de Croacia y de Eslovenia) y 2006 (separación de Montenegro de Serbia), Yugoslavia estallará en siete Estados, pero a costa de la sangre en Bosnia-Herzegovina y en Kosovo.
Hoy, la Unión Europea (UE) se ve (...)