De Jacques Offenbach se dijo que era el rey del Segundo Imperio, ese “shabat epiléptico”, y que con este terminaría su fama. Se le tildó de “bufón vendido”, “nefasto judío” y, más amablemente, de pájaro socarrón. Richard Wagner percibía en su música el calor del estiércol; Hector Berlioz la tachaba de “no música”. Se le culpó del “inmundo cancán” que nunca creó y se subestimó, si no despreció, la opéra bouffe a la francesa, su verdadera invención: óperas satíricas, políticas, en las que la música se disfraza y se burla, y el libreto estalla en carcajadas. Para Siegfried Kracauer, en su inestimable Jacques Offenbach y el París de su tiempo (Capitan Swing, 2015), “desenmascaró a los poderosos de la tierra y la gran ópera”. Claude Debussy reconocerá su trascendental ironía, Friedrich Nietzsche su espíritu volteriano y Jean Cocteau su genio.
Séptimo de diez hijos de una familia de músicos, Jacob Offenbach (...)