Pasados más de cuatro años desde del comienzo de las revueltas árabes y las manifestaciones planetarias contra el aumento de la desigualdad –desde los “indignados” a Occupy Wall Street–, la ausencia de resultados inmediatos y la pérdida de referencias claras desalientan el entusiasmo por transformar la sociedad y el mundo. Un desencantado se expresa: “¿Todo eso para esto?”. Viejos partidos se desarticulan o cambian de nombre, se multiplican las alianzas insólitas, lo que trastorna las categorías políticas habituales. Rusia denuncia a los “fascistas de Kiev” mientras acoge en San Petersburgo a una concentración de la extrema derecha europea; Francia alterna declaraciones virtuosas sobre la democracia y un apoyo redoblado a la monarquía saudí; el Frente Nacional (FN) francés aplaude la victoria electoral de la izquierda radical en Atenas.
La máquina mediática amplifica esta confusión naturalmente, sobre todo porque su cadencia se acelera y porque en la actualidad produce únicamente temas jadeantes (...)