En la región de Khulna, en el sudoeste de Bangladesh, la aldea de Baro Ari es apenas visible entre los infinitos recodos que trazan los brazos del Ganges. Llegar hasta aquí no es fácil, pero la globalización liberal ha tenido acceso a este lugar y a su única posibilidad de mercado: el camarón. En 2000, algunas personalidades locales abrieron las compuertas de los pólderes (terrenos pantanosos ganados al mar que, una vez desecados, se dedican al cultivo), anegando las tierras de los campesinos pobres con agua de mar. Así, y gracias a la complicidad de una policía corrupta, convirtieron esas tierras inundadas en muy rentables criaderos de camarones.
“No nos queda nada”, explica Suranjan Kumar, cuyo rostro delgado evidencia la subalimentación. Unos 20 hombres en torno suyo opinan: “A veces conseguimos trabajo como jornaleros en el campo, por 50 takas diarios” (40 céntimos de euro). Son condiciones casi feudales: el campesino (...)