El terrorismo constituye una forma de lucha particularmente abyecta, dado que tiene como víctimas a civiles no-combatientes. Ninguna causa, por justa que sea, justifica el recurso a ese despreciable método. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, al igual que los más recientes de Casablanca, Riad, Estambul, Moscú, Haifa o Jerusalén, sólo pueden despertar repugnancia y aversión. Lo mismo que el empleo por ciertos gobiernos del "terrorismo de Estado" a manera de represalia.
Conmocionadas por los ataques del 11 de septiembre, tan violentos como inesperados, las autoridades de numerosos países se han apresurado a promulgar leyes que definen nuevos crímenes, prohiben ciertas organizaciones, limitan las libertades civiles y reducen las garantías contra las violaciones a los derechos fundamentales.
El primero en adoptar ese tipo de medidas fue Estados Unidos. Ya el 26 de octubre de 2001 el Congreso aprobó una ley bautizada oportunamente Patriot Act (Provide Appropriate Tools Required to Intercept (...)