El entusiasmo de los rusos por la dacha ha ido palideciendo, pero el sueño de un huertecito propio sigue siendo el centro de las preocupaciones para una nada desdeñable minoría. Entre la nostalgia y la adaptación a las obligaciones de la vida urbana en el capitalismo, los enamorados de la dacha hacen cosas nuevas con materiales reciclados.
Algunos reproducen perfectamente el modelo de los años 1960. Como Serguei y Olessia Tolstij, que heredaron una dacha cerca de Dmitrov, cien kilómetros al norte de Moscú. Esta pareja de treintañeros sin hijos, con pocas ganas de viajar al extranjero, decidió en la primavera de 2018 dedicar los fines de semana y las vacaciones de verano a rehabilitar su casita de doce metros cuadrados, obtenida tras un reparto familiar y que llevaba abandonada al menos veinte años. Al igual que muchos moscovitas, la pareja vive sin coche y organiza sus desplazamientos combinando servicio público (...)