El 10 de enero de 2007 el presidente George W. Bush tuvo a bien reaccionar ante el informe del Grupo de Estudio sobre Irak presidido por James Baker y Lee Hamilton, y compuesto por responsables estadounidenses mucho más sabios y experimentados que él. Bush rechazó sin ambages la principal recomendación del informe: la necesidad de una iniciativa diplomática que implicara a todos los vecinos de Irak, incluidos Siria e Irán (ver artículo de Ibrahim Warde, página 10). Sostuvo, por el contrario, que una campaña de contra-insurgencia, basada sobre todo en el uso de la fuerza, permitiría por sí sola ganar la guerra en Irak.
En el papel del arcángel que lleva su mensaje al Congreso –y a una opinión pública cada vez más escéptica– y descendiendo sobre los campos de batalla iraquíes, figura el general David Petraeus, un personaje clave del ejército estadounidense, dotado de una sólida reputación de (...)