A principios de agosto de 2010, un bloguero de Tver se dirigió al Primer Ministro ruso, Vladimir Putin, mientras su pueblo estaba bajo las llamas, y recordó los “buenos viejos tiempos” soviéticos en los que, para luchar contra los incendios, se disponía de una campana, un estanque y un guarda forestal provisto de una pala y una gorra con la insignia del “Servicio Estatal de Protección Forestal de la URSS”. Un testimonio que destacaba la gravedad de los incendios en Rusia Central. Un mes más tarde, el presidente Dmitri Medvedev reconocía el fracaso del Estado y anunciaba futuros cambios.
Las catástrofes ambientales revelan en general situaciones conocidas por los científicos. La catástrofe del verano de 2010, cuya dimensión aún se ignora –tanto en términos de superficie quemada como de víctimas–, no escapa a la regla. Algunas de las causas de este desastre son fácilmente identificables: un calor excepcional en Rusia Central (...)