En las elecciones del 4 de noviembre de 2008 Estados Unidos se jugaba recuperar la confianza en el sistema. Que la maltrecha clase media, a quien se dirigió Barack Obama constantemente, creyese en Norteamérica como la tierra de las oportunidades bendecida por la divina providencia. En ella se cumplieron los sueños de Jefferson, Hamilton, Franklin, Grant y Lincoln. Se trataba de reeditarlos con la grandeza de un siglo XXI globalizado.
El perfil político y cultural afroamericano de Obama se construye con este significado. Su voluntad se presenta al gran público como el afán de superación del hombre hecho a si mismo. A su adversario republicano, John McCain, se le visualizaba como un patriota ex combatiente de Vietnam. Su elección hubiese supuesto continuidad y retraso en la salida de la crisis. Perspectiva nada halagüeña. Con estos argumentos, Obama obtiene un primer triunfo. Gozar de la simpatía de una buena parte de los (...)