“Ustedes sueñan con una Europa unida, autónoma, socialista. Pero si ésta rechaza la protección de Estados Unidos, caerá fatalmente en manos de Stalin”. Estas palabras, pronunciadas por uno de los protagonistas de Los mandarines, la novela de Simone de Beauvoir, tienen el mérito de recordar un hecho esencial: al término de la segunda conflagración mundial, es la guerra –devenida “fría”– entre los dos Grandes, la que imprime su dinámica al proyecto europeo.
Mientras que el Viejo Continente ve como su parte oeste es puesta bajo tutela estadounidense, y la Unión Soviética extiende su dominación al Este, la cooperación intergubernamental va viento en popa. Bajo el amplísimo manto de la paz y de la libertad, la causa europea reúne una nebulosa compuesta de conservadores católicos y de socialistas reformistas, de sindicalistas moderados y de grandes empresarios, de servidores del Estado y de intelectuales liberales. No todos coinciden sobre la naturaleza precisa de (...)