Los partidarios de la globalización económica, que a nada temen más que a la política, entendieron perfectamente que apelar al gobierno mundial era el medio más seguro para obtener la paz (léase: ningún gobierno en absoluto). El mismo argumento –aunque un poco menos contundente– resuena en la pluma de economistas súbitamente indignados por los “excesos” del liberalismo y que ahora sólo creen en la coordinación global. ¡Sí! Coordinémonos a escala planetaria; por supuesto, el asunto llevará algo de tiempo… Así, la evocación de los grandes horizontes mundiales sirve invariablemente como evasiva para todas las hipocresías de la acción indefinidamente diferida y para todas las estrategias del eterno arrepentimiento.
Perseguir el sueño de la globalización política que finalmente completaría y estabilizaría la globalización económica –en particular, dándole sus “buenas” instituciones reguladoras– implica no ver las condiciones de su edificación y de su “eficacia”, no en el sentido de la eficacia económica (...)