El nuevo jefe de Estado, a quien los nicaragüenses llaman familiarmente “Daniel” –Daniel Ortega–, poco tiene que ver con el joven guerrillero que, en compañía de otros ocho dirigentes rebeldes, formó parte del primer gobierno colegiado sandinista, tras el fin de la tiranía de los Somoza.
Durante la agresión militar de Estados Unidos, en el seno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) se imponía el autoritarismo vertical. Para la revolución, cualquier disenso hubiera sido suicida. La derrota electoral de 1990 modificó la situación. O hubiera debido modificarla. En el interior del partido nació una demanda de democracia. Entre los “renovadores”, reagrupados en torno al ex vicepresidente Sergio Ramírez y los “radicales” de Ortega, hacía tiempo que se incubaba la crisis. Crisis que explotó en el Congreso Extraordinario de mayo de 1994. Culminó el 9 de ese mes con la expulsión pura y simple de la tendencia de Ramírez. A partir (...)