Desde la cubierta del Nellie, Marlow, el narrador de El corazón de las tinieblas, empieza uno de los relatos más estremecedores de la literatura del siglo XIX. El ancho y, aquella tarde, tranquilo estuario del Támesis se convierte en el escenario de una narración imposible. Una historia que, en sus laberintos, podría acoger todos los secretos, ignominias, barbaries y excesos cometidos por quienes habían aceptado como destino el imperio de un poder.
Un poder que había visto, en el mundo de ultramar, inagotables reservas de recursos y riquezas con que satisfacer el deseo, ya no la necesidad, de los nuevos sujetos metropolitanos. Joseph Conrad, que escribe El corazón de las tinieblas entre 1898 y 1899, pone en labios de Marlow la perplejidad acerca de conseguir contar, aquella tarde, todo lo que pasó, máxime cuando, ya de regreso, la lejanía que no podía borrar los fantasmas en su conciencia, los disponía en (...)