Era la gloria de la prensa israelí. De un coraje fuera de lo común, que demostró en cada uno de los artículos que escribió para Le Monde diplomatique desde 1969. Fue un implacable acusador de las autoridades de su país, en particular de los militares, cuyos abusos desmantelaba gracias a sus revelaciones abrumadoras. Y demostró también, con su propio ejemplo, que en determinados medios de comunicación israelíes, los espacios críticos pueden llegar a ser duramente reprobadores del poder.
Amnon Kapeliouk era un periodista de raza, de los que quedan pocos, consustanciado con el oficio, que interrogaba incesantemente, tomando nota de cada detalle. Escudriñador, cautivador, indiscreto, en suma: un investigador incansable. Estaba convencido de que la función –social, cívica, democrática– del periodista consiste siempre en sacar a la luz la verdad, develando la información disimulada. Ya que aquélla es a menudo escondida, ocultada, travestida por los poderes.
Era también un hombre extremadamente culto, (...)