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¿Puede quebrar un Estado?

“No pagaremos vuestra crisis”. Las pancartas desplegadas a finales de febrero en Atenas, donde se suceden las huelgas contra los planes de austeridad, no habrían desentonado en Islandia, cuya población se encoleriza ante la idea de tener que reembolsar las faraónicas deudas heredadas del hundimiento de sus bancos. Ni entre los españoles que protestan contra la prolongación de la edad de jubilación. Ni tampoco entre los millones de trabajadores desempleados desde que comenzó la recesión económica. Preconizando la “estabilización” de los gastos sociales, el Fondo Monetarios Internacional ha advertido que el saneamiento económico, en Europa, “será extremadamente doloroso”.

por Laurent Cordonnier, marzo de 2010

Contrariamente a una familia, o a una empresa, un Estado que se ve forzado en última instancia a pagar sus deudas... no las paga, sin por ello desaparecer del registro de comercio o de la superficie de la tierra; es decir, sin que liquiden su patrimonio para compensar a los acreedores. En el caso de una familia, la quiebra se paga mediante una liquidación: se rematan la casa de verano y la platería flamiliar para pagar como se pueda los últimos sueldos de los empleados domésticos y las cuentas del hogar, el notario o el banquero. El lector puede imaginar por su cuenta qué hace en este caso una familia que vive por debajo del umbral de pobreza...

En el caso de una empresa, se venden (bien o mal) las máquinas, los inmuebles, las patentes, el parque automovilístico, etc., para pagar (más mal que bien) a los proveedores, banqueros, demás prestamistas (...)

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