“El verbo, cuando no da vida, mata”. V. Huidobro.
Hay cierta literatura que tiene la audacia de no resignarse a aceptar que las cosas son lo que son, que se obstina en abrir agujeros en el leguaje para otear su más allá, en oradar los límites que levanta la convención que nos convierte en sumisos topos ciegos, ser el ariete que rompe el muro del lenguaje colonizado por los que recelan de la imaginación poética, en definitiva, aquella que consiste en una mentira que nos acerca a la verdad. A ese género pertenece “Bartleby, el escribiente”, un inquietante copista que trabaja para un abogado hasta que pronuncia su “prefiero no hacerlo”. Ese gesto de ambigua rebeldía y la formula elegida para manifestarla ha sido objeto de múltiples interpretaciones, explicables por la riqueza narrativa del relato, en el que se concitan innumerables sugerencias alentadas por su compleja densidad simbólica, fantástica y alegórica, (...)