Una escena me viene a la memoria cada vez que trato de encontrar el efecto embriagador que el movimiento Occupy Wall Street (OWS) tuvo sobre mí en ese momento, cuando parecía destinado a un gran futuro. Yo estaba en el metro de Washington, leyendo un artículo sobre los manifestantes reunidos en el Zuccotti Park de Manhattan. Habían pasado tres años desde el rescate de Wall Street; dos años desde que todos mis conocidos perdieron cualquier esperanza de ver al presidente Barack Obama dar pruebas de audacia: dos meses desde que los amigos republicanos de los banqueros llevaron al país al borde de la suspensión de pagos mediante el pulso presupuestario con la Casa Blanca. Como el mundo, yo estaba harto.
Cerca de mí había un pasajero bien vestido, sin duda un ejecutivo volviendo de alguna convención comercial, a juzgar por el eslogan un poco juguetón escrito en el bolso que llevaba (...)