El sol embellece Naplús. Hace brillar la piedra de los edificios. Barre el polvo de las callejuelas de la casbah. Su luz libera a la capital del norte de Cisjordania del estrecho desfiladero montañoso donde nació y donde se acurruca durante el invierno. Esta mañana de junio, en la plaza central, un vendedor pregona sus precios a los cuatro vientos. Los puestos instalados en las aceras desbordan de productos. En torno a la rotonda los transeúntes, los taxis y los camiones de distribución se entremezclan en una cacofonía de gritos y bocinas bajo la mirada indulgente de tres policías, con la Kalachnikov en bandolera.
Del otro lado del valle, en una casa escondida en la ladera del monte Ebal, una anciana y su hija miran la televisión en silencio. Por la pantalla desfilan las imágenes de la liberación de 400 prisioneros palestinos. Sana Al-Attabeh y su madre observan con mirada inexpresiva. (...)