Partimos de una constatación: nos hallamos inmersos en el modo de producción capitalista. Poco se resiste a su lógica. Un ejemplo nos lo da la mercantilización del cuerpo humano. Ojos, riñones, hígado y hasta huesos adquieren un valor de cambio. Las clases populares, explotadas y dominadas, venden ahora sus órganos para enfrentar el hambre y pagar sus deudas, mientras las burguesías alargan su vida gracias a estos “donantes” de necesidad. Llegados a este punto, el mercado traspasa todos los límites éticos.
Sin embargo, acceder a un banco privado de retinas, plasma o riñones, se interpreta como un avance de la civilización. Nada puede resistirse al tren del progreso, nos dicen, y si existen “efectos no deseados” la propia revolución científico-técnica creará los antídotos, revirtiendo y reparando el daño infringido. Ni el calentamiento del planeta, ni la pérdida de biodiversidad constituyen un obstáculo a la marcha decidida del capitalismo.
Pero si el mercado (...)