Contrariamente a la mayoría de los pronósticos, la rebelión egipcia fue impulsada y conducida por coaliciones de fuerzas –partidos, asociaciones, redes de internautas– en su mayoría laicas y democráticas. Las organizaciones del movimiento islámico, o sus miembros a título individual, participaron del movimiento, pero en un pie de igualdad respecto de formaciones consideradas marginales antes de que comenzara la sublevación, y de grupos más parecidos a los disidentes este-europeos de 1989 que a partidos de masas o de vanguardias revolucionarias, actores tradicionales de las revoluciones sociales.
En el caso de Túnez, la discreción mostrada por el movimiento islamista puede explicarse ampliamente por la ferocidad de la represión, que neutralizó la capacidad de acción del partido Ennahda. En cambio, en Egipto, fue paradójicamente la condición de partido tolerado por el régimen militar la que explica la actitud pusilánime adoptada por los Hermanos musulmanes.
Anuar El-Sadat, que llegó al poder tras el fallecimiento de (...)