Fue Tokio –y no Pekín– quien anunció la noticia a comienzos de febrero: en 2010, China se había convertido en la segunda potencia económica mundial, por delante de Japón. A pesar de que no se caracterizan por su modestia, no hubo triunfalismos por parte de los funcionarios chinos. El Imperio del Medio desea mantener el doble estatus de “país en desarrollo y potencia ascendente” (“a developing country, a rising superpower”) que le permite jugar en distintos tableros, especialmente en las instancias internacionales.
Con un Producto Interior Bruto (PIB) de 5,880 billones de dólares, China aún está lejos de Estados Unidos, que produce dos veces y media más (14,600 billones de dólares). Y si se tiene en cuenta la población, el PIB por habitante alcanza los 7.400 dólares, o sea cinco veces menos que en Japón, e incluso mucho menos que en Túnez…
No obstante, China dispone de una fuerza de (...)