Desde su nacimiento, Israel –como “Estado de los judíos”, para retomar el título del libro de Teodoro Herzl, fundador del movimiento sionista en 1897– se ha topado con la supervivencia más que milenaria del pluralismo religioso en Oriente Próximo, sobre todo entre cristianos orientales y musulmanes, suníes, drusos, chiitas y alauitas. En Palestina, en Siria, en el Líbano, en Irak, en Egipto, diversas comunidades religiosas, incluidos los judíos, viven entremezcladas. Era evidente que la creación de un Estado exclusivamente para los judíos en un medio tan plural encontraría una viva resistencia.
Los primeros que se alarmaron por parte árabe, desde principios del siglo XIX, fueron los cristianos de Palestina, del Líbano y de Siria; ellos sintieron su propio destino amenazado por el advenimiento de un Estado fundado en el monopolio de una comunidad alimentada por un aporte demográfico ajeno a la región: los judíos askenazíes que huían de las persecuciones en (...)