¿Cómo definir el poder de Bachar el Asad? Subhi Hadidi, periodista, Farouk Mardam-Bey, editor, ambos sirios, y el libanés Ziad Majed, politólogo, intentan responder esta pregunta en una obra que tiene el mérito de volver a poner las cosas en su sitio (1).
En primer lugar, El Asad es el heredero, insuficientemente preparado, de su padre Hafez, creador de un sistema totalitario sin igual en el mundo árabe. Una “institución de la violencia” ideada para enjaular a todo un pueblo y quitarle cualquier veleidad de revuelta. Cuando se instaló en el sillón presidencial, en el año 2000, el duktur, estudiante de Oftalmología a quien convocaron en 1994 en Damasco tras la muerte de su hermano Bassel, el “auténtico” heredero, siembra dudas que se disiparán muy rápido. La “primavera siria”, sus peticiones, sus debates, sus plataformas democráticas, sus intentos de reformas pluralistas solo serán un breve paréntesis –cuando no, según algunos, un engaño o una trampa para detectar a los opositores–. Como su padre, el joven presidente dejará de tolerar la más mínima protesta.
La obra analiza minuciosamente lo que constituye el sistema de El Asad júnior. En primer lugar, la regla fundamental: apoyarse siempre en “la familia, la secta, el clan”. Pero sería erróneo, o al menos simplista, calificar el régimen como “alauita”. Ciertamente, lo esencial del poder está concentrado en manos de personalidades nusairíes (una confesión rebautizada como “alauita” por las autoridades francesas en la época mandataria), pero el nidham (régimen) también sabe apoyarse en la dualidad de la burguesía de Estado y de la burguesía de los negocios. Ascender a unos, otorgar patentes a otros, como su padre, quizás más: El Asad ha construido una pirámide de lealtades y de intereses. El poder no deja de insistir en la estabilidad, incluso hoy en día: una estabilidad obtenida en detrimento de los derechos y de la dignidad de los ciudadanos, pero también en detrimento de la satisfacción de las necesidades más básicas.
Se leerá con atención el pasaje dedicado a la mumana’a, esa estrategia también heredada del padre que consiste en resistir ante aquellos más fuertes que uno mismo (Israel o Estados Unidos, por ejemplo) o, al menos, adoptar esta postura. De uso tanto interno como externo, sobre todo con respecto al bando antiimperialista, la mumana’a, instrumento de prestigio, ha hecho que “el mundo desvíe la mirada de todo lo que devasta la vida de la gran mayoría de sirios desde hace décadas”. Y esta postura “recalcitrante” no consigue ocultar el hecho de que el Ejército sirio no haya disparado ni una sola bala contra el enemigo israelí desde la guerra de 1973…
Por ahora, el régimen ha sobrevivido. Miles de sirios, por su parte, han visto cómo sus vidas han dado un vuelco. Bachar Alkazaz es uno de ellos. Titulado en Literatura Francesa, acabó abandonando su país para que él y su familia dejaran de estar “gobernados por el miedo y la mentira, dominados por el terror”. Durante siete años, de 2010 a 2017, escribió a Philippe, su amigo suizo (2). Vivimos con él el comienzo de la guerra civil, los primeros atentados en Damasco, el trabajo que ya no encuentra, las dificultades económicas. Le seguimos a través de su periplo europeo, atormentado por el miedo de que lo devuelvan al infierno. Esta voz siria dice mucho de lo que es el imperioso exilio.
François Janne d’Othée, periodista, también da voz a gente anónima sacudida por la guerra (3). No obstante, la lectura de sus crónicas genera cierto malestar. La mención fragmentada de los crímenes del régimen va acompañada casi sistemáticamente de testimonios que insisten, por ejemplo, en la existencia de “buenos y malos en ambos bandos” o en la “aparente reivindicación democrática” que hizo que los sirios se sublevaran.