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Los buenos, la bestia y Crimea

La obsesión antirrusa

La crisis ucraniana, con la anexión de Crimea a territorio ruso, confirmada el 18 de marzo por Vladímir Putin, y las sanciones decretadas por el enfrentamiento con el Kremlin, está tomando las dimensiones de un seísmo geopolítico. Comprender este conflicto implica integrar los puntos de vista existentes de todos los actores. Sin embargo, las proclamas morales en las cancillerías occidentales suplantan, en la mayor parte de los casos, al análisis.

por Olivier Zajec, abril de 2014

El tratamiento mediático de los acontecimientos recientes en Ucrania lo confirma: para una parte de la diplomacia occidental, las crisis ya no manifiestan la asimetría entre los intereses y la percepción de actores responsables, sino que constituyen un Armagedón donde se juega el sentido de la historia.

Rusia se presta de maravilla a esta dramatización que tiene el mérito de la simplicidad. Para muchos analistas, este Estado bárbaro, gobernado por los cosacos, se parece a un lugar semimongol mantenido por los epígonos de la KGB, que traman sombríos complots al servicio de zares neuróticos que chapotean en las aguas heladas del cinismo egoísta.

Recluidos, fuera de época, estos autócratas desplazan lentamente los peones sobre grandes tableros de ajedrez de marfil en lugar de leer The Economist. De vez en cuando, hunden un submarino nuclear por el placer de contaminar el mar de Barents, esperando provocar en el “exterior próximo” un referéndum ilegal (...)

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