“Trabajar de otro modo”, “reconciliar el capital y el trabajo”, “poner la economía al servicio del hombre”: estos son algunos de los lemas que esgrimen desde hace más de un siglo las asociaciones que, al igual que las empresas cooperativas y mutualistas, se inscriben en la tradición histórica de la economía social y solidaria. Por su propia existencia y sus modos de funcionamiento, todas tienen la pretensión de encarnar una alternativa a la organización capitalista de las relaciones sociales de producción.
Las nociones de “democracia interna” y de “misión de interés colectivo” (o “de finalidad social”), al igual que la idea de “sin ánimo de lucro”, figuran entre los fundamentos de los estatutos de los organismos de la economía social y solidaria. En un contexto donde el estímulo de la competitividad y la rentabilidad no deja de recordarnos el origen semántico del mundo laboral –del latín tripalium, un instrumento de tortura–, (...)