La carrocería de un coche carbonizado abandonada junto a las rejas de la antigua Opera Sila. En las puertas de esta vieja fábrica de aceite se adivina la última huella de la “revuelta de Rosarno”. El 7 de enero pasado, esta localidad agrícola calabresa de dieciséis mil habitantes se convirtió en escenario de motines, después de que un joven temporero togolés, Ayiva Saibou, resultara herido por los disparos de una escopeta. Volvía de los campos de naranjos donde novecientos trabajadores vivían hacinados en condiciones sanitarias alarmantes.
“Era demasiado, nos sublevamos –recuerda uno de ellos–. Pero una parte de la población se volvió contra nosotros y nos atacó”. Desbordado por la violencia de una batalla en la que una lluvia de palos, hierros y cócteles molotov cayó sobre la ciudad, el 10 de enero último, el Estado procedió finalmente a la urgente evacuación en autobuses de más de setecientos inmigrantes hacia las (...)