Esa mañana, antes de las seis, el día era tan luminoso y hacía tanto calor que la jornada se anunciaba tórrida. Unos instantes más tarde se oyó una sirena: su ulular durante un minuto anunciaba la presencia de aviones enemigos, pero su brevedad indicaba también a los habitantes de Hiroshima que el peligro no era grande. Pues cada día sonaba la sirena a la misma hora, cuando el avión meteorológico estadounidense se acercaba a la ciudad.
Hiroshima tenía la forma de un ventilador: la ciudad estaba formada por seis islas separadas por los siete ríos del estuario que se ramificaban hacia el exterior, a partir del río Ota. Los barrios más poblados y comerciales ocupaban más de seis kilómetros cuadrados en el centro del perímetro urbano. Allí vivían las tres cuartas partes de sus habitantes. Varios programas de evacuación habían reducido considerablemente esa población, que había pasado de 380.000 personas antes (...)