Francia acaba de vivir un momento de locura mediática y política. Y se reúnen todos los ingredientes para que experimente otros del mismo tipo: la desmesura de los comentarios suscitados por una caricatura en prensa; el papel ideal de Twitter cuando se trata de reaccionar antes de reflexionar y de provocar un incendio; el carburante perfecto de temas ligados a la religión para que se propague el fuego; la demagogia de un político desacreditado, exprimer ministro además, que espera que un bosque calcinado favorezca su resurrección. Y, como guinda del pastel, una regla actualmente demostrada: todos los temas, incluso el del acoso sexual del que mujeres estadounidenses son víctimas, desembocan más o menos rápidamente en la cuestión de los musulmanes en la República Francesa.
Esta gran perturbación no es nada nueva. El 4 de octubre de 1989, un mes antes de la caída del Muro de Berlín, el islam se instalaba (...)
