La querencia de ciertos autores por los acontecimientos es casi indistinguible de la autoalabanza por la propia capacidad de anotarlos. Joyce, Molière o Keats nunca hubieran incurrido en la imprecisión del lenguaje con la que se adornan determinados escritores, ni habrían sentido la necesidad, como aquellos, de llenar las incontables páginas de un diario con resúmenes de libros sin sentido, oscuras conversaciones consigo mismos, notas que ilustran lo hábil, ingenioso y poseído de sí mismo que un artista puede llegar a ser. En algunos dietarios, exuberantes rebanadas de vida, rendidas en una prosa suavemente irónica, conducen al lector a través de laberintos de engaño.
A diferencia de estos, el cuidado diligente de Georg Christoph Lichtenberg (1742, Ober-Ramstadt - 1799, Gotinga) presenta sus escritos como prolijas investigaciones razonadas sobre la sinrazón (plenas de fantasmas, posesiones y aparentes paradojas recurrentes), documentos conscientes, en todo momento, de la pertinencia de lo dramático, certezas nunca (...)