Según una idea bastante difundida pero nunca expresada claramente, la cultura de la violencia tiene en África raíces profundas. Este prejuicio lleva directamente a una lectura racial –y no política– de las luchas por el poder en el continente, siempre percibidas como la expresión de odios étnicos seculares. No es de extrañar, por lo tanto, que los medios de comunicación occidentales se obstinen en informar sobre el conflicto de Costa de Marfil con sus clichés habituales. Un jefe de Estado, Laurent Gbagbo, presentado al mismo tiempo como un ser violento y astuto, y hasta iluminado; rebeldes que son buenos “comunicadores” y masas vociferantes de “jóvenes patriotas” en Abiyán. Dos semanas después de que se desencadenara la rebelión, el 16 de septiembre de 2002, el ministro de Relaciones Exteriores francés, Dominique de Villepin, ofrecía su manual de instrucciones a los senadores de su país: “La crisis en curso –declaró–, se apoya (...)
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Francia-África: la advertencia de Costa de Marfil
por Boubacar Boris Diop,
marzo de 2005
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