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75 años después de la liberación de los campos de concentración

En Buchenwald, los antifascistas pierden la guerra de la memoria histórica

Con la liberación del campo de concentración de Buchenwald en abril de 1945 acababa un calvario y comenzaba una historia: la de prisioneros, a menudo comunistas, que salvaron vidas a costa de elecciones desgarradoras. Pero su gesto, alabado por el régimen de Alemania Oriental, se vio brutalmente cuestionado con la caída del Muro. Los vencedores de la Guerra Fría comenzaron entonces a reescribir la historia.

por Sonia Combe, abril de 2020

Toda conmemoración es un acto político. En ellas se suelen pronunciar vacíos discursos cuya fraseología, a menudo pactada y repetitiva, oculta ciertas intenciones. Así lo ha demostrado una vez más el 75.º aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz celebrado este año: el pasado 27 de enero cada Estado, persiguiendo su propio objetivo, expuso su (re)visión de la historia. En Israel, el historiador Zeev Sternhell no se mordió la lengua. Así pues, la conmemoración del genocidio de este año sirvió de “pretexto para la anexión” de los territorios palestinos (1) (Haaretz, 31 de enero). Los supervivientes, rehenes de la escena, se vieron relegados a un papel de figurantes, a pesar de que la memoria de su propio sufrimiento y su lucha justificaba oficialmente el evento.

La próxima conmemoración se celebrará en el mes de abril en Buchenwald, primer campo de concentración liberado en Alemania. Será una ceremonia bajo estricta vigilancia. El monumento conmemorativo se encuentra en el land de Turingia, donde la extrema derecha, materializada en Alternativa por Alemania (AfD), ocupa, con el 23,4% de los votos en las elecciones parlamentarias de octubre pasado, el segundo lugar en el Parlamento regional, después del partido de izquierdas (Die Linke), que obtuvo el 31%. En Buchenwald, incluso más que en Dachau, la irrupción de Sachsenhausen y Ravensbrück, miembros de la AfD, persigue un propósito negacionista. El director del monumento conmemorativo, Volkhard Knigge, ve en ello “una evidencia cada más grave de un debilitamiento de la conciencia histórica” (Der Spiegel, 23 de enero de 2020), lo cual resulta indudable. No obstante, queda por saber en qué medida la reescritura realizada tras la caída del Muro de la lucha antifascista, de la cual el monumento de Buchenwald ha constituido uno de sus símbolos, ha contribuido, lo queramos o no, a este debilitamiento.

De hecho, desde el comienzo de la Guerra Fría hasta hoy, la historia de Buchenwald ha sido revisada de manera constante de acuerdo con la postura de cada momento. Abierto en julio de 1937, es uno de los primeros campos de concentración construidos por el régimen nazi. Estuvo en funcionamiento hasta el 11 de abril de 1945, día en que el ejército estadounidense lo descubre de camino a Weimar. Destinado a reagrupar a los opositores del régimen nazi con el fin de apartarlos de la sociedad, principalmente comunistas y socialdemócratas, recibió asimismo cerca de 10.000 judíos detenidos durante la Noche de los Cristales Rotos, el 9 de noviembre de 1938, así como gitanos, testigos de Jehová y homosexuales –sin contar aquellos que el régimen consideraba “antisociales”–.

La Schutzstafel (“escuadrón de protección”, SS) delega en estos presos comunes en un primer momento la administración interna del campo, hasta que, en 1942, los presos políticos los suplantan tras una lucha que dicen feroz, pero, según la opinión general, beneficiosa. A raíz de la decisión de que la población del campo de concentración debía contribuir al esfuerzo bélico, la SS comprende que los “triángulos rojos” (2) son más aptos para el desempeño de las tareas de supervisión. Los presos políticos, situados en puestos estratégicos, como el de distribuir los presos en los grupos de trabajo o la composición de los convoyes enviados a campos como Dora, donde la supervivencia era de dos semanas de media (3), o incluso Auschwitz, para aquellos –judíos y gitanos– condenados al exterminio, poseían un poder de decisión limitado pero real sobre el destino de los prisioneros.

Tras la entrada en guerra, a Buchenwald van a parar miembros de la resistencia de todos los países, incluyendo cerca de 26.000 franceses, junto con soldados soviéticos, de los cuales 8.483 son ejecutados por la SS con una bala en la nuca. El campo, concebido originalmente para albergar a 8.000 prisioneros, conoce al final de la guerra un hacinamiento dramático. A partir del otoño de 1944, y ante el avance del Ejército Rojo, se evacuan los campos de exterminio del este. Miles de supervivientes de estas “marchas de la muerte” llegan a Buchenwald, que en enero de 1945 alcanza los 100.000 prisioneros. Cuando los estadounidenses toman el control del mismo, encuentran en él 21.000 supervivientes. La resistencia clandestina, que había reunido armas con vistas a una insurrección, les entrega a los últimos miembros de la SS que ellos mismos han capturado. A la cabeza de esta resistencia se encuentran los presos políticos alemanes, en su mayoría comunistas.

“Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero”: apenas se había declarado la Guerra Fría con esta frase de Winston Churchill, pronunciada el 5 de marzo de 1946, salió a la luz el informe de un historiador del Ejército estadounidense, Donald Robinson, titulado “Las atrocidades comunistas cometidas en Buchenwald” (“Communist Atrocities in Buchenwald”). En el seno del nuevo equilibrio de fuerzas que se estaba instaurando en Europa, este informe alimenta el discurso antisoviético. Pero es el libro El Estado de la SS, publicado en 1946 por el sociólogo Eugen Kogon (no comunista), que había estado internado en Buchenwald, el que resultará decisivo (4). Sin dejar de lado las relaciones conflictivas entre los presos ni las relaciones de poder, Kogon se esfuerza en aclarar cómo los prisioneros políticos alemanes lograban mantener una apariencia de orden y evitar la propagación del individualismo.

En Alemania del Este, país creado en octubre de 1949, el nuevo régimen basa su legitimidad en la lucha de los militantes antifascistas. Tras su regreso de la Unión Soviética, escenario de su exilio, los que toman las riendas de la parte oriental de Alemania fomentan una visión histórica heroica de la resistencia al nazismo de la que se declaran herederos. Hacen de ella una religión de Estado y el campo-museo de Buchenwald, inaugurado en 1958, se convierte en una especie de templo. Cada año se conmemorará en él de manera solemne el “Juramento de Buchenwald”, pronunciado el 19 de abril de 1945 por los prisioneros que se comprometieron a luchar por la paz y la libertad. No obstante, los supervivientes de los campos, considerados los héroes oficiales, tampoco son excluidos de los puestos de poder –siempre que no hayan sido víctimas de las purgas estalinistas de la década de 1950–: estos dirigentes comunistas, curtidos por trece años de prisión en los campos, resultan ser menos dóciles que los que han regresado de Moscú, para los que la obediencia a la URSS se ha convertido en un hábito.

En 1958 aparece asimismo en la República Democrática Alemana (RDA) la novela de Bruno Apitz Desnudo entre lobos, la cual se traduce a una treintena de idiomas y alcanza un éxito mundial (5). El autor, exprisionero de Buchenwald, cuenta la historia de un niño judío polaco de 3 años al que los presos políticos toman afecto y consiguen salvar. La novela sirve de argumento a la película homónima del cineasta de Alemania del Este Frank Beyer, que en 1963 recibe el premio a la Mejor Dirección del Festival de Moscú, donde compite con Ocho y medio, de Federico Fellini (6). El actor fetiche de Rainer Werner Fassbinder, Armin Mueller-Stahl, desempeña el papel principal, mientras que varios actores de la película, así como los extras, son también supervivientes de los campos nazis, y la película se rueda en los mismos escenarios en los que tuvo lugar la historia. También en Moscú un espectador reconoce la historia de su sobrino, llamado hasta entonces “el niño de Buchenwald”. De este modo, se identifica a Stefan Jerzy Zweig.

De los héroes a las víctimas

Inspirado en un hecho real, aunque novelado, el relato de Bruno Apitz cumple la función de novela nacional de la RDA, en la que la salvación del niño se convierte en símbolo del espíritu humanitario de los comunistas en los campos. Como ocurre con frecuencia, la ficción prevalece sobre la historia real y este relato servirá de inspiración para la escenografía del campo-museo, el cual, hasta el final del régimen, ensalzará la actuación de los comunistas. Una religión, aunque sea secular, no se adapta bien a las contradicciones. La cuestión de las relaciones entre los presos políticos y la SS, así como entre los propios presos, queda excluida de la narrativa de la Alemania Oriental. Esta “zona gris”, que según Primo Levi, autor de Si esto es un hombre, no era competencia de ningún tribunal humano, iba sin embargo a encontrar sus jueces en la Alemania reunificada.

Como si no hubiera nada más urgente, la remodelación del monumento conmemorativo de Buchenwald se convierte en una de las prioridades de Alemania tras la Guerra Fría. Una de sus primeras iniciativas consiste en el redescubrimiento del campo de Speziallager, en el que los soviéticos internaron en 1945, indudablemente sin hacer distinciones, a los dirigentes del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP, por sus siglas en alemán), el partido de Adolf Hitler, de los cuales tres cuartas partes perecieron de inanición. En 1999, las autoridades inauguran un monumento totalmente “revisado y corregido”. Las tornas han cambiado y la perspectiva también, y Volkhard Knigge, el nuevo director de este espacio –un historiador aterrizado de Alemania Occidental– diseña un relato en contradicción con el anterior. El foco se gira de los héroes hacia las víctimas y tiende a una personalización de los protagonistas. Los comunistas, aunque no llegan a ser del todo excluidos, desaparecen como grupo social. Al igual que la placa conmemorativa de la salvación de Stefan Zweig Jerzy –las protestas del interesado, entonces septuagenario, no tendrán ningún efecto–. A pesar de la correspondiente indignación de la novelista Elfriede Jelinek, se impondrá la falta de tacto y obstinación del director del monumento. Así pues, “el niño de Buchenwald”, figura emblemática de la historia de Alemania del Este, del mismo modo que Ana Frank se convirtió en un símbolo de las víctimas del Holocausto, es arrojado al más absoluto olvido. De hecho, fueron 904 los niños que se salvaron en Buchenwald: un logro notable de la resistencia clandestina.

A raíz de la reunificación, un colectivo de historiadores elabora una obra que desarma meticulosamente lo que desde entonces tan solo se conoce como el “mito del antifascismo” de la RDA, y que aún hoy sigue imperando. En L’Antifascisme épuré (7), presentan la tesis según la cual los que ellos denominan los “capos rojos” sobrevivieron a costa de los demás. La solidaridad solo habría funcionado entre ellos. La prensa sensacionalista junto con los títulos de referencia se adueñan de la historia del “niño de Buchenwald” y de estos “capos rojos”, a los que transforma en colaboradores de la SS. Se impulsa la equivalencia “comunistas = nazis”, que despierta en algunos la sensación de haber sido engañados por el discurso de Alemania del Este. La tesis del historiador Ernst Nolte, según la cual los campos de exterminio nazis surgen como reacción defensiva ante el bolchevismo (Frankfurter Allgemeine Zeitung, 6 de junio de 1986), va ganando terreno, a la vez que la identificación de comunistas con nacionalistas de extrema derecha se abre paso en el sentir popular.

Sin embargo, en Los días de nuestra muerte, el exdeportado francés David Rousset había descrito las situaciones a las que debían enfrentarse diariamente los presos políticos, en las que había que tomar decisiones en circunstancias extremas. Stéphane Hessel –autor de ¡Indignaos! (8)–, Imre Kertész –Premio Nobel de Literatura en 2002– o incluso el escritor Jorge Semprún, en Viviré con su nombre, morirá con el mío (Tusquets Editores, 2001), habían declarado que consiguieron salvarse de la misma forma que Stefan Jerzy Zweig, cuyo nombre fue tachado de una lista de deportación de niños por los “capos rojos”. El libro de Rousset nunca ha sido traducido al alemán. Escribir sobre el día a día de los campos de concentración nazis sin haber leído este libro, equivale en la práctica a que los historiadores que trabajan en los campos de trabajos forzados soviéticos ignorasen Archipiélago Gulag de Alexandr Solzhenitsyn. En Buchenwald, una exposición titulada Leitmotive der DDR (“Las leyendas de la RDA”) está dedicada por entero al desmantelamiento del “mito”. En ella se muestran los “crímenes” de los presos políticos. ¿Qué queda entonces de los padres fundadores de este Estado que había reivindicado la herencia antinazi?

Basada en el concepto de totalitarismo, la interpretación dominante de la historia de la RDA conlleva la equiparación del régimen comunista y el sistema nazi (9). La política de memoria histórica fomentada, financiada y propagada, en especial por la Fundación Federal para la Investigación y Evaluación de la Dictadura Comunista en la RDA (Bundesstiftung zur Aufarbeitung der SED-Diktatur) confirma que, si el antifascismo fue la religión de Estado de la RDA, el anticomunismo lo fue de la República Federal de Alemania (RFA, Oeste).

Este enfoque ha dado argumentos a la AfD, que lo utiliza de manera incuestionable. Producto de la extrema derecha procedente de Alemania Occidental para desarrollarse sobre las ruinas de la RDA, este partido se basa en una representación unívoca que demoniza la experiencia de la Alemania del Este difundida tanto por los medios de comunicación como por las obras científicas. Este partido explota el resentimiento de una parte de la población de Alemania del Este, reducida al papel bien de víctima del régimen comunista, bien de colaboradora de una dictadura.

En Buchenwald, se impone la necesidad de recuperar hechos y méritos como una de las primeras medidas para contrarrestar el discurso negacionista. Es el momento de pensar en ello.

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(1) El “plan de paz” presentado el 28 de enero por Donald Trump afianza las amenazas de anexión de los asentamientos situados en los territorios de Cisjordania conquistados por Israel en la guerra de los Seis Días en 1967.

(2) Cada categoría de prisioneros llevaba un triángulo de color diferente sobre el pecho. El de los presos políticos era rojo y el de los presos comunes verde.

(3) Campo en cuyas fábricas subterráneas se fabricaban los misiles V2.

(4) Traducción al español: Eugen Kogon, El Estado de la SS: el sistema de los campos de concentración alemanes, Alba Editorial, Barcelona, 2005.

(5) Bruno Apitz, Desnudo entre lobos, Tecniciencia, Buenos Aires, 1966.

(6) Cf. Bill Niven, The Buchenwald Child: Truth, Fiction and Propaganda, Camden House, Rochester, 2007.

(7) Lutz Niethammer (bajo la dir. de), Der gesäuberte Antifaschismus, Akademie Verlag GmbH, Berlín, 1994.

(8) Stéphane Hessel, ¡Indignaos!, Destino, Barcelona, 2011.

(9) Cf. Carola Haehnel-Mesnard, “La RDA dans le (rétro)viseur. Plaidoyer pour une autre perception”, Symposium Culture@Kultur, vol. 2, Berlín-Toulouse, 2020.

Sonia Combe

Historiadora. Centro Marc Bloch, Berlín. Autora de La Loyauté à tout prix. Les floués du “socialisme réel”, Le Bord de l’eau, Lormont, 2019.