En su casi totalidad, los dirigentes europeos se felicitaron por la victoria, en Estados Unidos, de Barack Obama. Primero, porque prefieren a un interlocutor que ya aprendieron a conocer. Luego, porque una presidencia de Mitt Romney, aguijoneada por los fanáticos del Tea Party, hubiese provocado un regreso a la guerra fría con China y Rusia. En cuanto a Benjamín Netanyahu, hubiese obtenido muy probablemente de Romney luz verde para un ataque de Israel contra los sitios nucleares iraníes, con consecuencias incalculables. En plena crisis económica y social, Europa no necesitaba estos factores altamente perturbadores…
Pero la satisfacción de los gobiernos del Viejo Continente termina ahí, ya que todos tomaron nota de que, en su campaña, Obama no pronunció ni una palabra sobre Europa, a la que parece ignorar en su estrategia planetaria. En lugar de lloriquear ante esta indiferencia, los gobiernos europeos deberían preguntarse qué es lo que la ha motivado. (...)