Pequeñas ovejas de orejas caídas y lana negra con rizos como de peluquería buscan cobijo mal que bien bajo un refugio de piedra. Los hermanos Saad Ahmed Souleymane e Issa Azazin Ghulam observan desde sus chozas improvisadas cómo el mal tiempo va ganando el cielo. Las pocas familias que formaban el clan Sohbi se refugiaron en este fragmento de acantilado hace nueve años, tras el paso de dos potentes ciclones llamados Megh y Chapala. La tierra sobre la que viven es de color rojo oscuro. La roca, omnipresente, corta como cuchillas de afeitar. En el altiplano de Socotra no crece casi nada, excepto unos curiosos árboles de ramas tentaculares. “Me conozco todos los de estos parajes. Estaban aquí antes de que naciera yo y aquí seguirán cuando yo ya no esté”, afirma Saad.
Desde el pequeño caserío de Sadaqa se abre una vista sin límites hacia otro acantilado y hacia Firmihin, (...)