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De la Guerra Fría a la invasión de Irak

por Maxime Audinet, abril de 2017

El concepto de “diplomacia pública” (public diplomacy), intrínsecamente ligado a la batalla ideológica de la Guerra Fría, fue popularizado a principios de los años 1960 por Edward R. Murrow, director de la United States Information Agency, que coordinaba la diplomacia cultural de Estados Unidos y la radio La Voz de América desde un ángulo ferozmente anticomunista. La diplomacia estadounidense pretendía así liberarse de la noción de propaganda, asociada al totalitarismo, para designar esta faceta de su política exterior. En la misma época, los responsables soviéticos recurrían a la noción cercana de “diplomacia popular” (narodnaya diplomatia) para calificar la acción cultural exterior de las asociaciones de amistad soviéticas, combinadas con las ondas multilingües de Radio Moscú. En ambos casos, el Estado se comunicaba directamente con las poblaciones extranjeras mediante instrumentos culturales, educacionales o mediáticos para promover sus intereses, sus valores fundadores o su cultura nacional. Se trataba, por extensión, de controlar mejor la actuación de los Gobiernos extranjeros influyendo en sus opiniones.

La noción de diplomacia pública ha reaparecido en el siglo XXI tras la invasión de Irak en 2003 con la voluntad, por parte de la Administración de Bush, de reconquistar “los corazones y los espíritus” en un Oriente Próximo cada vez más hostil a Estados Unidos. De la gama de herramientas diplomáticas, el Departamento de Estado optó por revalorizar los medios de comunicación internacionales y redoblar su apoyo a las organizaciones no gubernamentales (al menos a aquellas cuyas actividades son compatibles con su política). A continuación, numerosos países retomaron esas políticas de refuerzo de su soft power, definido en 2004 por su teórico Joseph Nye como “la capacidad para influir en el otro mediante la atracción en vez de a través de la coacción o de la retribución” (1).

El Ministerio de Asuntos Exteriores ruso hizo oficiales los conceptos de diplomacia pública (poublitchnaya diplomatia) y de soft power (miagkaya sila) en 2008 y en 2013. El sector audiovisual exterior público se reconstituyó en dos fases: RT en 2005 y, más tarde, Sputnik –relevo de la agencia Ria Novosti y de La Voz de Rusia– en 2014. Se convirtió en el instrumento privilegiado de la búsqueda de influencia entre las audiencias extranjeras. Esta estrategia se impuso en un contexto de competencia generalizada en el mercado internacional de la información. Desde finales de los años 1990, la cadena catarí Al Jazeera pretendía “acabar con el monopolio de los medios de comunicación occidentales en materia de cobertura internacional de la información” (2), encontrándose en su punto de mira, entre otras, la estadounidense Cable News Network (CNN), la principal fuente de imágenes sobre la guerra del Golfo en 1991. Además de Rusia, China –con China Central Television (CCTV), que a finales de 2016 pasó a ser China Global Television Network (CGTN)–, los países de América Latina (Telesur), e Irán (Press TV) siguieron sus pasos en los años 2000. Todos pretendían quitar cuotas de mercado a sus rivales, ya fueran cadenas anglosajonas –CNN, la British Broadcasting Corporation (BBC), Sky News–, francesa (France 24) o alemana (Deutsche Welle).

La originalidad del dispositivo ruso: no sólo apunta a ejercer un “poder blando”, sino que responde, siguiendo la lógica del Kremlin, a objetivos relacionados con la seguridad. Los órganos de seguridad de la Federación ponen el acento en el potencial defensivo de estos medios de comunicación, los cuales, junto con los resortes cibernéticos, deben contener las amenazas (información sesgada, ciberataques, etc.) que pesan sobre la “soberanía del espacio de la información” ruso, tal y como lo prevé la Doctrina de Seguridad de la Información adoptada en diciembre de 2016 por decreto presidencial. En el ámbito de la defensa, el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas anunció que quería incluir instrumentos de soft power y desarrollar “métodos híbridos” para responder a los conflictos asimétricos contemporáneos (Kommersant, 1 de marzo de 2016), tanto sobre el terreno como en el espacio mediático y en Internet. También para el Kremlin, la información es un campo de batalla como otro cualquiera.

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(1) Joseph S. Nye, Jr., Soft Power: The Means to Success in World Politics, PublicAffairs, Nueva York, 2004.

(2) Mohameden Baba Ould Etfagha, “Voyage à l’intérieur d’Al-Jazira”, Outre-Terre, vol. 1, n° 14, París, 2006.

Maxime Audinet

Doctorando en la Universidad París Nanterre. Investiga sobre la política de influencia de la Rusia contemporánea.

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