Después de una década de estancamiento, la industria nuclear salía fortalecida de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de Copenhague en diciembre de 2009. Sus defensores evocaban incluso un verdadero renacimiento. Pero el accidente de Fukushima cambió las reglas de juego. Muchos países anunciaron la postergación de sus proyectos. Alemania y Suiza, hasta ayer acérrimos defensores del átomo, decidieron su abandono progresivo. Italia aplazó sine die la construcción de sus primeras centrales. Con lo cual se refuerza la idea de un planeta nuclear dividido en dos: por un lado, países desarrollados en donde el átomo marca el paso; por el otro, países en desarrollo, provistos de un verdadero control sobre su política energética y de recursos financieros que se vuelcan –entre otras cosas– hacia el sector nuclear, abriendo mercados a los industriales occidentales.
En 1977, Francia –que puso en marcha un ambicioso programa nuclear– inauguró su primera central (...)