El principio no ha cambiado desde los años 1950: un reactor nuclear modifica la estructura de la materia para liberar calor, hacer hervir agua y poner en marcha una turbina; una muy alta tecnología para un resultado, al fin de cuentas, trivial. Sin embargo, existen diferencias, especialmente en materia de seguridad y de reducción del impacto sobre el medio ambiente en caso de accidente, entre los reactores en servicio en la actualidad, llamados de segunda generación, y tecnologías de tercera generación como el reactor presurizado europeo (EPR) francés o el AP1000 nipón-estadounidense. Algunos antinucleares no ven en esta clasificación por “generación” más que un bluf destinado a dar una imagen de progreso tecnológico.
Desde hace algunos años, la industria nuclear se orienta también hacia la puesta a punto de pequeños reactores, de 25 a 200 MW, destinados a la provisión de energía en regiones aisladas, o a abrir mercados en países (...)