Don Martín era un sacerdote joven, de los de nuevo cuño, que andaba en Vespa por Madrid a lo Gregory Peck en Vacaciones romanas. Acababa de ser nombrado director espiritual del colegio Apóstol Santiago de la calle Velázquez, esquina a Don Ramón de la Cruz.
Yo llevaba dos años de interno. Había llegado a los once y cursaba bachillerato en ese colegio, y música (piano, armonía, historia de la música) en el Conservatorio de San Bernardo.
Don Martín llegó dispuesto a imponer pureza y religiosidad y misa diaria con la consecuente comunión a nuestro colegio, que hasta entonces se distinguía por su laicismo.
Algunas de sus innovaciones fueron las pláticas nocturnas y los exámenes de conciencia. Desde el primer día desplegó un sistema inquisitorial. Bastaba con que un chico se hubiera confesado con otro sacerdote (era muy celoso) o dejara de comulgar para que lo mirase fijamente y le lanzase pérfidas alusiones en (...)