Todos los libros fracasan, en mayor o menor grado. En primer lugar, por no estar a la altura de las altas expectativas de sus autores. Un escritor, si es honesto, reconoce que el manuscrito final son los restos del naufragio de una idea de mayor envergadura, apenas esbozada. En última instancia, la mayoría de las obras literarias pasan desapercibidas, cuando no ignoradas, por los medios de comunicación, eludiendo así los anhelos de reconocimiento de sus hacedores y la atención de un público más amplio.
Algunas novelas, las menos, logran alargar su influencia a través de las generaciones. En esa zona de penumbra literaria, cohabitan relatos leídos cuando éramos niños, de adolescentes o en circunstancias excepcionales. Si la lectura es un placer solitario, una pasión privada, hay libros que parecen encapsular toda una época. No es otro el empeño del autor que nos ocupa, el narrador francés Honoré de Balzac (Tours, 1799-París, (...)