Las imágenes de Luis Buñuel (1900-1983) me marcaron cuando llegué a París en 1955. Tenía veinte años, todos vividos en el ambiente social-represivo del catolicismo. Ahí se me abrieron los ojos. Me ayudó la película Las Hurdes, símbolo del atraso de una tierra que soñábamos con redimir. Durante meses me obsesionó el ojo rasgado por la cuchilla de afeitar en La edad de oro; la mano saturada de hormigas y la mujer presa del arrebato de Pierre Basche en Un perro andaluz, excitado por el Preludio y muerte de Tristán e Isolda de Wagner. El escultor catalán Joan Llorens Gardy me había invitado a ver Las Hurdes. Su padre –me dijo orgulloso– desempeñaba un papel importante. Al final le pregunté: “Oye, ¿y tu padre?”. “Es que no se le ve. Está acurrucado detrás de la chica cuyos senos acaricia Gaston Modot. Buñuel le encargó que los sujetara fuerte con ambas (...)