Existe un país en el que, a diferencia de lo que sucede en Brasil, la Justicia persigue a expresidentes conservadores, los condena por malversación de fondos y los envía a la cárcel. En el que la derecha, la extrema derecha y los fundamentalistas protestantes se consideran traicionados por Donald Trump. En el que, en lugar de cuestionar un acuerdo de desarme nuclear, como con Irán, o un tratado sobre misiles de alcance intermedio, como con Rusia, el presidente de Estados Unidos parece querer resolver un conflicto que ninguno de sus predecesores ha sabido solventar. Incluyendo al último, pese a haber sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz.
Seguramente todo esto tiene lugar en el Lejano Oriente. Seguramente es demasiado complicado para ocupar su lugar en el gran relato maniqueo que forma y deforma nuestra visión del mundo. Sin embargo, frente a una situación a nivel global muy sombría, el discurso voluntarista y optimista del presidente surcoreano Moon Jae-in no debería haber pasado desapercibido. El pasado 26 de septiembre, ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, afirmaba: “Ha ocurrido un milagro en la península coreana”.
¿Un milagro? Un giro drástico, en cualquier caso. Nadie ha olvidado la serie de tuits devastadores que intercambiaban solo hace un año Trump y el presidente norcoreano –“el fuego y la furia”, el “gran botón” nuclear, etc.–. La exembajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, incluso acaba de revelar que, el 2 de septiembre de 2017, con el objetivo de apremiar a Pekín para que actuara con respecto a su vecino y aliado, esgrimió ante su homólogo chino la amenaza de una invasión estadounidense de Corea del Norte. Ahora, Trump alaba la “valentía” del presidente Kim Jong-un, “un amigo”. Y, durante un mitin republicano, incluso aseguró que sentía “amor” por él.
Los coreanos, tanto en el norte como en el sur, avanzan a marchas forzadas aprovechando la alineación de los astros: la derecha surcoreana está hecha trizas, el régimen de Pyongyang por fin parece privilegiar el desarrollo económico del país; la Casa Blanca, vilipendiada por los demócratas y por los medios de comunicación estadounidenses debido a su acercamiento – juzgado como imprudente– con Corea del Norte, no admitirá fácilmente que el autoproclamado maestro del “arte de la negociación” haya sido embaucado por alguien más astuto que él. De todas maneras, si Estados Unidos decidiera volver “al fuego y a la furia”, la veloz degradación de sus relaciones con Pekín y Moscú prácticamente excluiría que Rusia y China volvieran a seguir sus pasos.
En este panorama global, el desarme nuclear de Corea no debe convertirse en un requisito previo para cumplir otros puntos de la negociación: la suspensión de las maniobras militares por ambas partes, el levantamiento de las sanciones económicas o el tratado de paz. Puesto que Pyongyang no renunciará nunca a su seguro de vida sin garantías sólidas: Trump no es eterno y la clemencia de sus sentimientos tampoco… Una razón adicional, aunque sea paradójica, para ser optimista con respecto a la resolución, en los próximos meses, de un conflicto que perdura desde hace tres cuartos de siglo.