El 2 de julio pasado se produjo uno de los hechos más insólitos para el derecho internacional. Algo que continua despertando sentimientos de indignación y de condena en millones de ciudadanos, cientos de organizaciones sociales, organismos internacionales y decenas de gobiernos en todo el mundo. Al avión presidencial del Estado Plurinacional se le prohibió sobrevolar el espacio aéreo francés, español, italiano y portugués, cuando, desde Moscú, retornaba a Bolivia, con el consiguiente riesgo de una catástrofe aérea, y el consiguiente secuestro, durante catorce horas, del Presidente y su comitiva oficial en el aeropuerto de Viena (Austria). Todo ello constituye la acción más condenable por parte de gobiernos que todos creíamos democráticos, respetuosos de la vida y de la ley. Se trató, sin duda, de un secuestro pero al mismo tiempo de un atentado contra la vida de una Delegación Oficial de Estado.
La operación de interdicción aérea, aplicada simultánea y coordinadamente por cuatro países (Francia, España, Italia y Portugal) bajo el mando único de la Central Intelligence Agency (CIA) de Estados Unidos contra un Estado soberano, por la sóla sospecha de trasladar a un ex espía norteamericano, subcontratado por una empresa privada, ha dejado al descubierto la tenebrosa estructura de espionaje planetario y el peso efectivo de su poder imperial.
Hasta el 2 de julio pasado, resultaba comprensible que un país se dotase de agencias de seguridad para proteger su territorio y su población. Sin embargo, EEUU ha hecho lo inimaginable en una democracia moderna y una sociedad civilizada. Violando todo principio de buena fe y todo convenio internacional, convirtió a una parte del continente europeo en un territorio colonizado, en el que algunos gobiernos permiten que se espíe y se persiga extraterritorialmente a sus propios ciudadanos; violando de ese modo, masivamente, sus Derechos Humanos – unos derechos que le costó conquistar desde la Revolución Francesa de 1789.
Esta forma de lamentable subordinación colonial demuestra, una vez más, que para el imperio no existen límites legales, morales ni territoriales para imponer su designio. Consecuentemente, ha hecho saber al mundo que para ellos no hay ley que no se transgreda, soberanía que no se viole y derechos ciudadanos que no se desconozcan. El imperio no tiene más límites que su propio poder, y la humanidad está a expensas de ese poder policíaco y omnímodo. En manos del Imperio, el mundo ha devenido en una zona de inseguridad planetaria.
Estados Unidos nos ha demostrado, una vez más, como signo de su decadencia y con pruebas irrefutables, que su poder sólo se sostiene mediante fuerzas invasoras y arquitecturas silenciosas, pero efectivas, de espionaje que generan miedo planetario. El poder de la fuerza lo encarnan sus Fuerzas Armadas que operan mediante guerras de conquista sostenidas por su descomunal complejo industrial-militar. A las guerras de conquista, le sucede la imposición de su decadente modelo democrático, reglas de libre mercado y la temible voracidad de sus grandes empresas transnacionales, tributarias del poder político. Las huellas indelebles de ese imperialismo militar y económico están en Irak, Afganistán, Libia y hoy Siria, países a los cuales se iha nvadido con diversos pretextos, como el de la existencia de armas de destrucción masiva o terrorismo, y donde se han matado a millones de seres humanos inocentes sin que se abrieran procesos judiciales ante la Corte Penal Internacional.
Por otra parte, el poder despótico de la fuerza imperial parece emanar cada vez más de estructuras subterráneas vinculadas al miedo, al chantaje y a la intimidación que aplican de mil maneras contra diversos Estados, líderes y comunidades. Entre éestas últimas armas de la arrogancia imperial y guerrerista está sin duda el escarmiento. EEUU aplica, al puro estilo colonial que se ejercía contra los indios indomables del Abya Ayala, la política del escarmiento contra los pueblos que han decidido liberarse de sus colonias y contra sus líderes que han decidido parecerse cada día más a sus pueblos.
Las huellas más visibles de esta política están frescas en la memoria de los golpes de Estado en América Latina contra el presidente Manuel Zelaya en Honduras, Rafael Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay, Hugo Chávez en Venezuela y por cierto, contra nuestro gobierno el año 2008 bajo la conducción directa del embajador de EEUU, Philipp Goldberg. Política pura de escarmiento para que los indígenas, obreros, campesinos y movimientos sociales de signo emancipatorio no se atrevan a levantar la cabeza contra las elites dominantes. Escarmentar implica doblegar y ello exige reducir a la nada a los más irreverentes para que los que queden en el camino vivan atrapados por el miedo a ser castigados o ‘desaparecidos’. El escarmiento es una manera de invocar de facto la pena de muerte como lo hicieron los colonizadores españoles con Tupac Katari, Bartolina Sisa o contra los Amaru. Pero, como sucedió entonces, y sucederá cada vez que intenten intimidarnos: las clases y naciones empobrecidas del continente y del mundo, nos unimos más, nos fortalecemos más en la lucha. Esto es también un signo de la creciente decadencia imperial.
Este atentado inverosímil del 2 de julio de 2013 exhibe dramáticamente las dos caras de la misma moneda contra las cuales los pueblos del mundo hemos decidido rebelarnos: el imperialismo y su gemelo político e ideológico, el colonialismo. En el secuestro de nuestro avión presidencial y de su comitiva, se ha manifestado –en pleno siglo XXI– la vigencia todavía vigorosa de un racismo explícito con el que algunos gobiernos de Europa conciben a los indios, a sus pueblos y a sus procesos democráticos y revolucionarios: como un obstáculo civilizatorio. Un racismo militante que se refugia en su arrogancia y en la insustancial y ridícula manera de ofrecer explicaciones técnicas incoherentes cuando se trataba más bien de una decisión política surgida en las entrañas de Washington, decisión que no quieren reconocer y probablemente no lo hagan por temor al castigo imperial. Gobiernos que han perdido hasta el pudor de reconocer que, además de ser colonizados, pretenden inmunizar a su colonizador.
Para que exista el imperio se hace necesaria la existencia de colonias. Obedecer sumisamente las órdenes del imperio para prohibir al Estado Plurinacional de Bolivia el sobrevuelo de cielos europeos no hace más que ratificar la condición colonial de algunos países miembros. La colonialidad europea se irradió con fuerza desde el 11 de septiembre del 2001, situación que fue denunciada públicamente a raíz de la realización de vuelos ilícitos de aviones militares de EEUU, transportando presuntos ‘prisioneros de guerra’ a Guantánamo y a otras cárceles europeas en 2004. Todos saben de la tortura aplicada a estos supuestos terroristas, pero hasta muchas organizaciones de defensa de los derechos humanos han callado oficiosamente.
Al parecer, la guerra contra el terrorismo ha servido para recolonizar la vieja Europa. Este acto inamistoso y hostil del 2 de julio pasado, considerado por muchos analistas como ‘terrorismo de Estado’, deja no sólo en inermes a varios gobiernos soberanos sino también a merced del capricho imperial a millones de ciudadanos que diariamente se mueven por los cielos del mundo. Esta bofetada a la condición humana y al derecho internacional público constituye un punto de quebranto en la seguridad planetaria.
La Europa, de la que nacieron las ideas más sublimes de libertad, igualdad y fraternidad que promovieron la construcción de la ciencia contemporánea y la democracia, hoy pareciera un espectro en retirada. Un neo-oscurantismo amenaza a los pueblos de un continente que siglos atrás alumbró con sus ideas revolucionarias las esperanzas del mundo.
Este atentado innoble es una oportunidad única para convocar a todos los pueblos y gobiernos de América y el Caribe, de Europa, Asia, África y Norteamérica a constituir un bloque de unidad condenando la indigna actitud de los gobiernos involucrados en esta agresión al derecho internacional. De igual manera, es una oportunidad valiosa para rearticular y seguir impulsando la capacidad de movilización y de protesta de los movimientos sociales de la región y del mundo para forjar un mundo nuevo de hermandad, de comunidad y de complementariedad. Otro mundo es posible. Y lo será por obra misma de los pueblos. Estamos en un tiempo en el que los pueblos han comenzado a decidir gobernarse a sí mismos, y ya no en un tiempo en el que los imperios pueden imponer el miedo y el escarmiento mediante el secuestro de Estados soberanos.
Como indígenas, como campesinos, como obreros, como trabajadores que vivimos en carne propia los agravios del abuso imperial, con humildad y firmeza podemos decir que estamos en condición de luchar hermanadamente con los valientes pueblos del mundo, y de la Europa agredida, para que cese el colonialismo imperial y se pueda recuperar la dignidad extraviada. Estamos seguros de que los ciudadanos europeos sienten la agresión que hemos padecido como algo suyo; y por ello su indignación la asumimos como una generosa disculpa cívica.