Dos semanas después de que el sangriento golpe de Estado de Augusto Pinochet derrocara a Salvador Allende y fulminara la democracia chilena, el periódico The New York Times recibió una llamada anónima a altas horas de la noche. “Tome nota –dijo la voz al teléfono–, porque no lo voy a repetir”. Algo inaudito estaba a punto de suceder. “En quince minutos explotará una bomba en el edificio de International Telephone & Telegraph”. El objetivo, conocido por sus siglas ITT, no fue elegido al azar: “Va en represalia por los crímenes cometidos por ITT contra Chile”.
En aquella época, este gigante de la tecnología, convertido en un conglomerado tentacular, estaba entre las mayores multinacionales del mundo. En su ilustre consejo de administración se sentaban un exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y un expresidente del Banco Mundial: un casting ideal para propulsar a uno de los mayores contratistas del ejército (...)