La educación tiene un elevado coste económico. ¿Cómo resistirse a la tentación de reducir su factura? El Estado neoliberal no ostenta la primacía de esta preocupación gestora, concebida como una exigencia de racionalización. La principal solución propuesta, una reducción del alumnado, viene a confundirse con una selección social. Se ha olvidado un poco que Mayo del 68 surgió en parte como reacción a los planes de reducción presupuestaria de un poder aterrorizado por la multiplicación del número de universitarios, o incluso que la ley Devaquet provocó la fuerte movilización de 1986.
El rechazo de estos proyectos no ha cambiado nada: la universidad sigue en la primera línea de fuego. En efecto, los gobernantes creen encontrar en ella un filón evidente de ahorro, dados sus numerosos funcionarios, su reducida capacidad de movilización y el escaso rendimiento de un primer ciclo marcado por el “fracaso escolar” –aunque este no es debido a la (...)