Ocho de la mañana: apenas el Jobcenter (oficina de empleo) del barrio berlinés de Pankow ha abierto sus puertas cuando ya una quincena de personas hacen cola ante la ventanilla de recepción, retraídas en un caparazón de silenciosa ansiedad. “¿Qué por qué estoy aquí? Porque si no respondes a sus citaciones, te retiran lo poco que te dan –masculla un cincuentón en voz baja–. De todos modos, no tienen nada que ofrecerte. A parte de, quizás, un curro de vendedor de calzoncillos de clavos, quién sabe”. La imagen le arranca una débil sonrisa.
Hace un mes, una madre soltera de 36 años, educadora desempleada, recibió un correo del Jobcenter de Pankow instándola, bajo pena de sanciones, a postular para un empleo de comercial en un sex-shop. “He tenido que aguantar de todo con mi Jobcenter, pero esto se lleva la palma”, reaccionó la interesada en Internet, antes de anunciar su intención (...)