“En la Asamblea General de las Naciones Unidas no hay Estados pequeños”, afirma Dessima Williams en su despacho de la “Casa de cristal”, la sede de grandes ventanales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. La antigua embajadora de Granada, convertida en asesora especial del presidente de la Asamblea, separa las palabras como si quisiera asegurarse de que entendemos bien lo que nos dice. Ante nuestro escepticismo, añade: “sencillamente porque la Carta de San Francisco [que funda las Naciones Unidas] dice que los Estados miembros son soberanos e iguales”. La brutal realidad de las relaciones mundiales invitaría a la prudencia. Quién lo diría.
El 13 de junio de 2016, un acontecimiento que pasó algo inadvertido rompió la rutina de las sesiones de la Asamblea General. La elección de su presidente –para un mandato estatutario de un año– no transcurrió según lo previsto. Normalmente, los delegados eligen por (...)