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Una isla en medio del conflicto entre Pekín y Washington

Taiwán, la pieza que falta en el “sueño chino”

¿Qué futuro tiene Taiwán, que elige a su propio presidente (hoy Tsai Ing-wen), que dispone de su propia moneda, pero que no es reconocido internacionalmente? Solo quince países consideran a Taipéi la auténtica representante de China. Aunque Pekín confía en hacerla volver al redil, los taiwaneses sospechan cada vez más del lema “un país, dos sistemas” y Washington trata de azuzar el miedo.

por Tanguy Lepesant, octubre de 2021

“El lugar más peligroso de la Tierra”, titulaba a principios de mayo The Economist. La portada del semanal británico iba acompañada de una ilustración que representaba una imagen de radar de Taiwán, como si la isla fuera objetivo de un submarino. Se trata de uno más de una larga serie de artículos con titulares similares que se hacían eco del aumento de las declaraciones alarmistas sobre el futuro de la isla (1). En un informe publicado en marzo de 2021, el influyente grupo de reflexión estadounidense Council on Foreign Relations considera que Taiwán se está “convirtiendo en el punto más explosivo del mundo, que podría conducir a una guerra entre Estados Unidos, China y, probablemente, otras grandes potencias” (2). Al mismo tiempo, el almirante Philip Davidson, comandante de las fuerzas estadounidenses en la región del Indopacífico, declaró en una comparecencia ante el Senado que podría producirse un conflicto en el estrecho de Formosa “durante esta década” (3).

Aunque las declaraciones de los altos mandos no están exentas de segundas intenciones presupuestarias, estos temores se sustentan en una ­realidad: la creciente presión militar que ejerce China respecto a sus vecinos y, en particular, sobre Taiwán. En un primer momento, Pekín cortó todos los canales de discusión con la Administración de la presidenta Tsai Ing-wen, elegida para el cargo en 2016 y que forma parte del sector proindependencia (4). A raíz de su reelección, cuatro años más tarde, las tensiones se intensificaron. Según Antoine Bondaz, investigador de la Fundación para la Investigación Estratégica (FRS, por sus siglas en francés), durante 2020 la aviación china efectuó 380 incursiones en la zona de identificación de defensa aérea de Taiwán (5). La frecuencia de estas incursiones ha vuelto a incrementarse en 2021.

El reciente aumento de las tensiones tiene dos orígenes. Uno hay que buscarlo en la historia geopolítica de las relaciones entre ambas orillas del estrecho de Formosa, el otro está relacionado con el lugar que ocupa la isla en la rivalidad entre Estados Unidos y China.

En 1945, tras cincuenta años de colonización japonesa, el Kuomintang (KMT), que entonces regía China, asumió el control de Taiwán. Cuatro años más tarde, derrotado en la guerra civil que le enfrentó con el Partido Comunista Chino (PCCh), el KMT se estableció en la isla y trasladó consigo las instituciones de la República de China, fundada en el continente en 1912 tras el derrocamiento de la dinastía Qing. Expuesto a una inminente invasión de las tropas comunistas, el KMT debe su supervivencia al estallido de la guerra de Corea en junio de 1950 (6) y a la protección estadounidense de Taiwán como parte de la política de contención del comunismo en Asia. La situación en el estrecho de Formosa permaneció congelada durante dos décadas.

Con el apoyo de Estados Unidos, la República de China, dirigida con mano de hierro por Chiang Kai-shek, conservó el puesto de representante de China en las Naciones Unidas (ONU) en detrimento de la República Popular China (RPC), que quedó excluida. Pero, en 1971, la resolución 2758 de la ONU entregó a Pekín la sede en este organismo y expulsó a los “representantes de Chiang Kai-shek” del puesto que ocupaban (7). A raíz de esa resolución, Taiwán se enfrentó a una cascada de rupturas diplomáticas y, finalmente, el 1 de enero de 1979, Washington dio por cerradas sus relaciones diplomáticas oficiales con Taipéi y reconoció a Pekín. Desde entonces, la política estadounidense en relación a Taiwán se ha guiado por cinco textos principales (la Taiwan Relations Act, los tres “Comunicados Conjuntos ­Sino-Estadounidenses” y el documento de las “Seis Garantías”). Washington considera que solo hay una China, la RPC, pero no se pronuncia sobre la “cuestión de la soberanía de Taiwán” e insiste en su voluntad de una “resolución pacífica”. De hecho, estos textos se limitan a señalar la posición de Pekín, que sostiene que Taiwán forma parte de la RPC, pero sin refrendarla explícitamente.

En 1979, la isla solo contaba con veinticuatro aliados diplomáticos, una cifra cercana a la quincena de cancillerías que hoy reconocen la existencia de un Estado en Taiwán. Consciente de su posición de fuerza, la RPC decidió cambiar de estrategia, pasando de “liberar” la isla por la fuerza de las armas a promover una unificación pacífica a través del fortalecimiento de los lazos económicos y humanos. En un “Mensaje a los compatriotas taiwaneses” publicado el día en que se establecieron las relaciones oficiales con Washington, las autoridades comunistas propusieron la apertura de los intercambios en todos los ámbitos. Aunque Pekín no descartaba un uso eventual de la fuerza, lo relegó a solución de último recurso.

Dos años más tarde, China fue un paso más allá al definir las condiciones para una integración pacífica: la isla podría conservar “un elevado nivel de autonomía en tanto que región administrativa especial” y no habría injerencias por parte de Pekín en los “asuntos locales”. En otras palabras, los taiwaneses podrían conservar su sistema económico y su modo de vida. Estas propuestas son el origen de la fórmula “un país, dos sistemas” que finalmente se aplicó a Hong Kong. La posición de Pekín no ha cambiado desde entonces. El presidente Xi Jinping, en un discurso del 2 de enero de 2019 con motivo del cuadragésimo aniversario del “Mensaje a los compatriotas taiwaneses”, reiteró que la única perspectiva para Taiwán era la integración en la China Popular en el marco de “un país, dos sistemas”, en el cual Taipéi solo podría reclamar el estatus de autoridad local.

Esta firmeza tiene su origen en la persistencia de una concepción esencialista de la nación que considera que los lazos de sangre son primordiales: al ser originarios del continente, los taiwaneses son forzosamente chinos y punto, la historia y sus antepasados hablan por ellos. Ahora bien, la historia, según Xi Jinping y su “sueño chino” formulado en 2012 tras su llegada al mando del PCCh, obliga al conjunto de los chinos a restaurar el orgullo de su país borrando el “siglo de humillaciones” sufrido desde el final de la Primera Guerra del Opio (1842) (8). Tras el retorno de Macao y Hong Kong, Taiwán se ha convertido en el último territorio perdido, la última “humillación”.

A pesar de la disputa ideológica que mantenían, Chiang Kai-shek y el KMT compartían con el PCCh ese nacionalismo esencialista que hace de la regeneración de la grandeza de la nación china una misión sagrada, e impusieron esa misión a la población de Taiwán. La tarea la facilitó el hecho de que más de un millón de continentales encontraron refugio en la isla, el equivalente al 15% de su población. Sin embargo, a partir de finales de la década de 1980, al hilo de la democratización de la isla, el nacionalismo chino se vio desafiado por la creciente identificación con una nación taiwanesa que, si bien tenía parte de sus raíces culturales en China, también tenía su propia trayectoria histórica y política. Esta dinámica identitaria condujo a la primera alternancia política y a la formación de un gobierno independentista en el año 2000.

Tras su derrota en las urnas y considerando al independentismo taiwanés como su principal enemigo, la dirección conservadora del KMT inició entonces un acercamiento al PCCh en nombre de su común adhesión a la idea de la “Gran China”. El KMT regresó al poder en 2008 apoyándose en los círculos empresariales y en los medios de comunicación que en gran medida simpatizaban con su causa; de cara a la población utilizó un doble discurso en cuestiones de soberanía y la tentó con los beneficios económicos que supondría un acercamiento al continente. Bajo la presidencia de Ma Ying-jeou se firmaron con Pekín diecinueve acuerdos que sentaron las bases de un “mercado común de las dos orillas”. Los intercambios de todo tipo se multiplicaron y la dependencia económica de Taiwán con respecto a China, que ya era importante, adquirió proporciones preocupantes a ojos de los independentistas: el 40% de las ­exportaciones iban destinadas a ­China. En aquel momento, el camino ­trazado treinta años antes por las ­autoridades chinas para lograr la unificación pacífica parecía haberse convertido en una autopista.

Pero el “sueño chino” llegó a su fin en 2014. El gobierno del KMT tuvo que hacer frente a una movilización nacional contra un acuerdo de liberalización de servicios que intentaba forzar en el Parlamento. Este acuerdo de cooperación comercial, que permitía que desde la China continental se hiciesen inversiones en los sectores editorial, mediático y cultural, pero que también abría el mercado laboral local a los trabajadores chinos, suscitó muchos recelos. Los jóvenes taiwaneses del “Movimiento de los Girasoles” (9) ocuparon durante tres semanas y media la sede del Legislativo y las calles aledañas, haciendo cristalizar varios años de descontento y marcando un punto de inflexión en las relaciones con Pekín. Estas movilizaciones provocaron un despertar de la conciencia cívica entre los menores de cuarenta años, quienes solo han conocido la democracia, y reveló a una nueva generación de activistas y políticos mucho más recelosos de las consecuencias políticas de una mayor integración económica de las dos orillas.

Las encuestas realizadas en los últimos 15 años reflejan un continuo fortalecimiento de la identificación con una “nación taiwanesa” independiente y soberana. En 2020, según el Centro de Estudios Electorales de la Universidad Nacional Chengchi de Taipéi, dos tercios de la población se identificaba como “únicamente taiwanés”, mientras que en 1992 ­esta opción no superaba el 20%. Una ­encuesta publicada en la revista ­CommonWealth confirma este dato y nos proporciona una imagen más precisa de la situación vista desde Taiwán (10). Se perfilan dos tendencias. Por un lado, las relaciones con China no pueden seguir desarrollándose según la hoja de ruta de Pekín, ya que el 90% de la población taiwanesa rechaza la fórmula “un país, dos sistemas” y el atractivo económico de la China continental está en declive. Por otra parte, los menores de treinta años han dado la espalda al “sueño chino”; más de cuatro quintas partes de ellos se consideran “exclusivamente taiwaneses”, dos tercios opinan que el nombre de su país debería ser “Taiwán” en lugar de “República de China” y casi dos tercios son partidarios de la independencia.

Como los taiwaneses hacen oídos sordos a los cantos de sirena de la ­coprosperidad china, Pekín ha vuelto a agitar la amenaza militar. Pero este cambio de rumbo entra en conflicto con la rápida evolución de las relaciones sino-estadounidenses. Desde la ruptura de las relaciones diplomáticas oficiales, Washington ya no está vinculado a Taipéi por un tratado de defensa. Sin embargo, la Taiwan Relations Act, una ley aprobada en abril de 1979, subraya la importancia de una resolución pacífica del conflicto que enfrenta a ambas orillas, prevé el suministro a Taiwán del armamento necesario para su defensa y se compromete a “mantener la capacidad de Estados Unidos para resistir el uso de la fuerza u otras formas de coerción que puedan poner en peligro la seguridad o el sistema económico y social” de la isla. Aunque evita mencionar explícitamente la hipótesis de una intervención militar en caso de agresión china, la fórmula la hace posible; es la base de la “ambigüedad estratégica” que mantiene Washington.

De hecho, a ojos de Estados Unidos, Taiwán siempre ha sido un peón cuyo valor estratégico relativo forma parte de los cálculos de la realpolitik regional, un valor que en los últimos años cotiza al alza. Después de haber sido una pieza importante de la política de contención del comunismo ­durante la Guerra Fría, la isla se convirtió en el modelo de sociedad capitalista y democrática que Washington pensó que podría inculcar en China mediante una política de “compromiso”. Durante tres décadas, este enfoque, combinado con el apetito de las multinacionales que deslocalizan sus industrias contaminantes y que requieren de numerosa mano de obra explotable, llevó a los líderes estadounidenses a ser optimistas respecto a la integración del gigante asiático en “su mundo”. Todavía mayoritaria durante la Administración de Obama, bajo los gobiernos de Trump y Biden esta postura ha dado paso a una perspectiva de mayor confrontación. Taiwán desempeña un papel importante en este sentido.

Desde el punto de vista geoestratégico, Taiwán continúa siendo un eslabón esencial de la primera cadena de islas que va de Japón a Indonesia, bloqueando el acceso de la armada china al Pacífico occidental. Desde el punto de vista económico, Taiwán está llamado a desempeñar un papel clave en la decisión de Washington de frenar el ascenso chino. En particular, en el proyecto de la Administración de Biden de constituir una alianza de “tecnodemocracias”. Las fundiciones de la isla producen la mayor parte de los semiconductores de última generación, unos componentes esenciales para la economía digital global (smartphones, internet de las cosas, inteligencia artificial, etc.) (11). Estados Unidos quiere asegurarse de que estas capacidades ­sigan en su bando.

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(1) Véase, por ejemplo, Gilles Paris y Frédéric Lemaître, “Taïwan, au coeur des tensions entre la Chine et les États-Unis”, Le Monde, 15 de abril de 2021, o Brendan Scott, “Why Taiwan is the biggest risk for a US-China clash”, Bloomberg y Washington Post, 27 de enero de 2021 (actualizado el 5 de mayo de 2021).

(2) Robert D. Blackwill y Philip D. Zelikow, “The United States, China, and Taiwan — a strategy to prevent War”, informe del Council on Foreign Relations, Nueva York, febrero de 2021.

(3) “China could attack by 2027: US admiral”, AFP y Taipei Times, 11 de marzo de 2021.

(4) Véase Tanguy Lepesant, “Taiwán en busca de soberanía económica”, Le Monde diplomatique en español, mayo de 2016.

(5) Nathalie Guibert, “Taiwan: des incursions aériennes chinoises sans précédent”, Le Monde, 25 de enero de 2021.

(6) Véase Philippe Pons, “L’engrenage de la guerre”, en “Corées. Enfin la paix”, Manière de voir, n.° 162, París, diciembre 2018-enero 2019.

(7) Resolución 2758, “Rétablissement des droits légitimes de la République populaire à l’Organisation des Nations unies”, 1976.ª sesión plenaria de la ONU, Nueva York, 25 de octubre de 1971.

(8) Véase Alain Roux, “Nueva mirada sobre las guerras del Opio”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2004.

(9) Cf. Jérôme Lanche, “À Taïwan, les étudiants en lutte pour la démocratie”, Planète Asie, 28 de marzo de 2014, blog.mondediplo.net

(10) “Taiwán contra la República de China, el conflicto generacional supera la división sur-norte”, CommonWealth, n.° 689, Taipéi, 31 de diciembre de 2019 (en chino).

(11) Véase Evgeny Morozov, “¿Hay que temer un parón electrónico?”, Le Monde diplomatique en español, agosto de 2021.

Tanguy Lepesant

Profesor titular de la Universidad Nacional Central (NCU) de Taoyuan (Taiwán) e investigador asociado del Centro de Estudios Franceses sobre la China Contemporánea (CEFC) de Taipéi.