La lucha política favorece a veces las oposiciones personalizadas y los rechazos obsesivos. La necesidad de la lucha frontal origina entonces agrupamientos heteróclitos, motivados por el único deseo de destruir el mismo objetivo. Así, en cuanto el enemigo cae, comienzan los problemas. Y con ellos la pregunta: ¿qué hacer ahora? A medida que se toman decisiones políticas, deben eliminarse los equívocos que favorecían al antiguo cártel de oponentes; el desencanto se instala. Antes de que pase mucho tiempo el adversario detestado vuelve al poder. Su paso por la oposición no lo ha hecho más amable.
Un esquema de este tipo se aplicó ya en la Italia de Silvio Berlusconi. Vencido en 1995 por una izquierda a la vez paliducha, heteróclita y sin proyecto, volvió a triunfar seis años más tarde. En estos tiempos, también en la Francia de Nicolas Sarkozy se multiplican las alianzas circunstanciales, tanto entre partidos (ecologistas, centristas, socialistas) (...)