Vamos a hacerles el peor de los favores, los vamos a privar de enemigo” había prevenido en 1989, a la caída del Muro de Berlín, el diplomático soviético Alexandre Arbatov. “El enemigo soviético tenía todas las cualidades del ‘buen’ enemigo: sólido, constante, coherente. Militarmente se nos parecía, construido en el más puro estilo ‘clausewitziano’, ciertamente inquietante, pero conocido y previsible”. Su desaparición sumió a los estrategas de las democracias occidentales en una profunda desorientación. Durante cierto tiempo abogaron por “no bajar la guardia” ni “contar demasiado rápidamente con los dividendos de la paz”, pero sin demasiada convicción. Fue necesario esperar veinte años para que Rusia fuera definida nuevamente como una “grave amenaza”.
A partir de ello, poco importa que el crimen organizado italiano mate más gente que su homólogo ruso: es este último el que preocupa. En el mismo registro, se demuestra más interés por el pasado de Vladimir Putin, que (...)