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¿Restauración en Washington?

Editorial, por Serge Halimi, septiembre de 2020

Cuando en 2008 Barack Obama designó al veterano centrista Joe Biden como su candidato a la vicepresidencia, pareció que se imponía a sí mismo la prudencia: los demócratas ya habían expresado su deseo de ruptura escogiendo a un negro progresista contrario a la guerra de Irak como sucesor de George W. Bush. El próximo noviembre, será Biden quien defienda los colores del equipo. No obstante, él no despierta ningún entusiasmo. Un buen casting político exigía que escogiera como compañero de ruta un símbolo que generara ilusión. No el de la radicalidad política, sino el de la “inclusión”. Por ello, ha designado a Kamala Harris, hija de inmigrantes, de padre jamaicano y madre india, casada con un judío.

La audacia termina ahí. Ya que, por lo demás, la senadora por California es una política convencional y oportunista a la que nadie asocia con nada que no sea una sólida ambición personal y un consumado talento para recabar fondos entre los millonarios (1). La cotización de Wall Street, que ya había subido el pasado marzo cuando Biden se impuso sobre Bernie Sanders, lo volvió a hacer tras el anuncio del nombramiento de Harris. Tras fracasar estrepitosamente en la campaña de las primarias demócratas –tuvo que retirarse a finales del año pasado antes de la primera votación–, ahora se lo deberá todo al hombre que la ha elegido y al que podría suceder. Tendría sentido ya que ella piensa más o menos como él: Estados Unidos es grande, es hermoso, y algunas reformas lo harán todavía mejor; sus valores inspiran al mundo; sus alianzas militares protegen la democracia liberal frente a los tiranos.

Biden y Harris no se comprometen a hacer mucho más que Obama durante sus dos mandatos. Al menos, no tendrán la imprudencia de hacer la declaración que este hizo la noche de su victoria electoral (2): “Podremos recordar este día y decir a nuestros hijos que entonces la subida de los océanos comenzó a disminuir y el planeta empezó a recuperarse”. Cuando Obama cedió su puesto a Donald Trump ocho años más tarde, los hijos habían crecido sin que la subida de los océanos hubiera disminuido.

Por limitada que sea la hoja de ruta de partida del “equipo” Biden-Harris, al menos conlleva un objetivo emocionante: echar al actual presidente de la Casa Blanca y purificar de ese modo una institución que los demócratas consideran profanada por un granuja. Recientemente, uno de sus dirigentes comparó a Trump con Benito Mussolini y afirmó que “Putin es Hitler” (3). Un blanco tan detestado debería movilizar contra él al electorado demócrata el próximo 3 de noviembre.

La mayoría de las capitales europeas también esperan que Washington vuelva a tener una presidencia “normal”. Definitivamente incapaces de desligarse del liderazgo estadounidense, aun cuando lo ejerce un dirigente inculto y vociferante, piensan que una Administración demócrata las tratará con más consideración y hará más creíble la cantinela habitual sobre la democracia, el “mundo libre” y los valores de Occidente. ¿Debe alegrarnos esa restauración por el único motivo de que la alternativa reviste tintes apocalípticos?

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(1) Michela Tindera, “Billionaires Loved Kamala Harris”, Forbes, Nueva York, 12 de agosto de 2020.

(2) Después de las primarias del Partido Demócrata (en junio de 2008), y no en la noche de su elección a la presidencia (en noviembre de 2008).

(3) James Clyburn, uno de los jefes de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, el pasado 2 de agosto en CNN.

Serge Halimi

Consejero editorial del director de la publicación. Director de Le Monde diplomatique entre 2008 y 2023.